Son pocos los juegos olímpicos que podemos disfrutar en la vida: si a caso 18 o 20 celebraciones. Estos serán mis décimos, iniciando en Seul 1988 (los cuáles no recuerdo porque tenía tres años) y siendo los últimos los de Tokio 2020, los de la pandemia.
Siempre he dicho que si tuvieran que eliminar las Olimpiadas o el mundial, no dudaría en que el mundial no se realizara nunca más. Y es que no hay nada como esa hermosa sensación de prender la televisión y ver que todo el día hay transmisiones de deportes que uno no suele ver día a día: atletismo, natación, gimnasia, tiro con arco, clavados. Aunque personalmente me gusta más la primera semana, la de agua, también disfruto demasiado el atletismo en la segunda semana.
Durante las Olimpiadas he adoptado ídolos: Michael Johnson en los 400 metros en Barcelona, Atenas y Sidney. Maurice Green en Sidney 2000, Iahn Thorpe en Atenas 2004, Michael Phelps en Atenas, Beijing y Londres, Usain Bolt en Beijing, Londres y Río. También recuerdo ver la injusticia con la que arrebataron pasar a la final de Taw Kwon Do al mexicano Victor Estrada en Sidney. Y cómo no, también el fiasco que fue Alejandro Cárdenas en los 400 m.
Los Juegos Olímpicos son el evento más grande que ha creado la humanidad, pero para este año, siento que se difuminan. Se pierden entre las guerras, la oferta de streamings y la distracción que producen Instagram y TikTok. El 26 de Julio se inauguran en París, y ya no hay cuentas regresivas que nos recuerden cuántos días faltan para encender el pebetero como sucedía muchos años atrás. Ya no hay campañas que incluyan reportajes de absolutamente todo lo relacionado a los Juegos Olímpicos como en las décadas pasada y antepasada. No es que las Olimpiadas se hicieran chicas, sigue siendo el evento de mayor grandeza y honor que existe en la humanidad. El único evento que consagra personajes tan históricos para la humanidad como muchos guerreros: Mark Spitz, Carl Lewis, Nadia Comaneci, Usain Bolt, y claro, Jesse Owens, y por supuesto, el más grande: Michael Phelps.
La multiplicación de los medios, y la pérdida del control de la información, desenfocó la atención que los Juegos Olímpicos merecen. También creo que como consecuencia de eso, se convirtió en un desinterés generacional: Hoy no parece haber muchos jóvenes emocionados por ver a Simone Biles o a Katie Ledecky, las más grandes de la historia en sus disciplinas.
Lastimosamente, nos convertimos en una sociedad distraída, que le quitó el justo lugar a todo, que olvida e irrespeta las más grandes creaciones de la humanidad, y en ese ritmo, las Olimpiadas están condenadas a convertirse en un evento cada vez más intrascendente. Qué desgracia.